El discurso de Donald Trump ante la Asamblea General de la ONU fue la confirmación de su estilo confrontativo
Por Daniel Zovatto, director y editor de RADAR LATAM 360
El regreso de Donald Trump a la Asamblea General de las Naciones Unidas, en el marco de la conmemoración de los 80 años de la organización, estuvo lejos de reflejar al presidente de una superpotencia dispuesto a proyectar un liderazgo global en defensa del multilateralismo y de un orden liberal internacional renovados. Fue, por el contrario, la confirmación de su estilo confrontativo: plagado de críticas, cargado de falsedades y desprovisto de una visión constructiva.
Durante casi una hora, combinó de manera desordenada la solemnidad de un foro internacional con el tono de un discurso ante el Congreso y de un mitin de campaña, lanzando dardos por doquier contra la ONU, sus líneas de acción prioritarias e incluso contra varias de las delegaciones presentes en la sala.
Desde el arranque, con ironías sobre un teleprompter descompuesto y una escalera mecánica averiada, además de reproches por no haber contratado a su empresa para la remodelación de la sede de Naciones Unidas, Trump dejó en claro que su intervención sería una exhibición de “anti-diplomacia”.
Política interna y autoelogios en la ONU
En un hecho inusual, Trump abrió su exposición refiriéndose a la política interna de Estados Unidos, atacando a sus predecesores —Biden y Obama— y reivindicando haber devuelto al país a su “edad dorada” en apenas ocho meses de su segundo mandato.
En el plano internacional, se atribuyó el mérito de haber puesto fin a siete guerras en tiempo récord —una afirmación sin consenso alguno— y llegó incluso a sugerir, con sarcasmo, que merecía el Nobel de la Paz. En contraste, calificó a la ONU de ineficiente, afirmando que se limita a “escribir cartas enérgicas con palabras vacías”.
Migración y cambio climático
Trump concentró sus principales ataques en dos frentes centrales de la agenda de las Naciones Unidas: la inmigración y la crisis climática. Presentó la migración irregular como una amenaza existencial, agradeció a El Salvador por encarcelar a delincuentes deportados desde EE.UU., acusó a la ONU de financiar “oleadas” de migrantes contra Occidente, advirtió a las delegaciones presentes que “sus países se están yendo al infierno” y recomendó muros, deportaciones y fronteras cerradas como únicas soluciones.
Con igual tono incendiario, desestimó el cambio climático como “la mayor estafa de la historia”, ridiculizó a científicos y ambientalistas, defendió el uso de combustibles fósiles y acusó a Europa de haberse “arruinado” con la transición energética, reivindicando incluso el regreso de Alemania a la energía nuclear y despreciando el multilateralismo climático como un obstáculo político y económico.
Ucrania y Gaza
En política internacional, Trump dedicó parte de su discurso a Ucrania y Gaza, dos asignaturas pendientes del mandatario norteamericano.
Reclamó la liberación inmediata de los rehenes en manos de Hamás y pidió detener la guerra en Gaza, pero evitó criticar los bombardeos indiscriminados y las graves violaciones al derecho internacional humanitario de parte del gobierno de Netanyahu. Rechazó el reconocimiento al Estado palestino, calificándolo como una “recompensa al terrorismo” de Hamas.
Respecto de la guerra en Ucrania, no ofreció una estrategia clara para ponerle fin, limitándose a señalar que esta guerra no le hace ningún favor a Putin y proponiendo un enfoque simplista de presión económica sobre Moscú, instando a varios países, incluidos los europeos, a no segur comprando petróleo y gas al Kremlin.
América Latina: entre elogios y amenazas
Trump no olvidó a América Latina. Elogió a El Salvador por aplicar una política de mano dura frente a la criminalidad.
En contraste, lanzó duras amenazas a Nicolás Maduro, a quien acusó de liderar un régimen narco-terrorista y advirtió que los narcotraficantes venezolanos “serán borrados de la existencia”.
Más conciliador fue el tono hacia Brasil: destacó un breve encuentro cordial con Luiz Inácio Lula da Silva e insinuó una posible reunión bilateral, señalando que hubo “buena química”.
Del ataque frontal al respaldo ambiguo
La paradoja se hizo evidente de inmediato tras el discurso. En su reunión bilateral con António Guterres, Trump pasó del ataque frontal al respaldo calculado. Mientras desde el estrado había presentado a la ONU como una institución fallida, en privado destacó su “increíble potencial” para construir la paz y aseguró al Secretario General que su gobierno la respalda “al cien por ciento”. Esta contradicción revela con claridad la estrategia trumpiana de doble cara: golpear en público y tender la mano en privado.
Reflexión final
El discurso confirma una constante de su segundo mandato: Estados Unidos ya no se proyecta como garante del orden liberal internacional, sino que abraza una política exterior basada en el poder duro, el nacionalismo, el unilateralismo y el transaccionalismo.
Se trata de un giro particularmente paradójico para un país que fue motor de la creación de la ONU, es anfitrión de su sede central y ha sido el principal financiador durante ocho décadas, y que hoy se muestra cada vez más distante de la organización, del multilateralismo y de la defensa del orden internacional que contribuyó decisivamente a forjar.
Si bien formuló algunas críticas legítimas a una organización que requiere reformas urgentes y profundas si desea tener impacto y ser relevante, e incluyó una propuesta para mejorar la verificación de la Convención sobre Armas Biológicas, el grueso de su intervención se centró en ignorar o desacreditar las principales políticas de la ONU, a las que calificó de ineficaces, obsoletas y cómplices de los problemas globales.
Con frases como “soy muy bueno en estas cosas”, “sus países se están yendo al infierno” o al desestimar la crisis climática como “la mayor estafa de la historia”, Trump entrelazó su agenda doméstica —anclada en los principios y prioridades de MAGA y America First— con los grandes debates internacionales.
Fue un discurso que no solo erosiona el legado histórico de la ONU, sino que siembra serias dudas sobre su capacidad para sostenerse como pilar central de la gobernanza global.
La consecuencia de este punto de ruptura es evidente: cuando la principal potencia mundial socava los principios básicos de la Carta de la ONU y debilita el entramado multilateral, lo que emerge es un vacío que tienden a ocupar los nacionalismos, líderes autoritarios, el desorden y caos, con el consiguiente riesgo de erosionar aún más los frágiles consensos y la gobernanza global en tiempos de policrisis y permacrisis.
En síntesis, el paso de Trump por la tribuna de la UNGA80 dejó un mensaje tan claro como inquietante: lejos de proyectar una visión de futuro capaz de revitalizar un multilateralismo debilitado y de articular respuestas comunes a los grandes desafíos globales, optó por cuestionar con extrema dureza y desde una lógica unilateral los consensos que han sostenido la cooperación y el orden liberal internacional durante las últimas ocho décadas. Con ello reforzó la percepción, cada vez más extendida entre aliados y adversarios por igual, de que Estados Unidos ha dejado de ser la nación indispensable para transformarse en una nación imprevisible en la que no se puede confiar.
Con información de López-Dóriga Digital